Los dardos drenados de Carreter

Entrada dedicada a mi dulce Esther, crítica ácida y amarga cual cebolla. Vieja reliquia revisada, escrita para quien no la mereció, por cierto.

Hay libros que enternecen el alma. Otros, cambian la visión del mundo. Hay novelas que pasarán a la historia por amamantar incluso a quienes no beben de la lectura. El dardo en la palabra, sin embargo, no ha conseguido ser recordado por ninguno de estos hitos.

La obra de Lázaro Carreter, rompecabezas incompleto de sus artículos de opinón, se mantiene aún como Biblia de la élite lingüística, de aquellos amantes de la perfección y el puntillismo idiomático. De pluma en boca este tomo de casi ochocientas páginas ha sido recomendado entre los dioses quisquillosos de la corrección. Aquellos que saben hacer buen uso del libro para, como su nombre indica, lanzar dardos que endulzando su paladar y acolchando con su ego al intelecto, amarguen el trago de quienes los reciben.

Se trata de uno de los mayores mandamientos bibliográficos exactamente críticos con el uso incorrecto de ciertos vocablos del español oral y escrito. Una intención tan noble, mancillada, sin embargo, por su vestidura académica - y Académica- y el tono de pedantería omnisciente con el que fueron firmadas cada una de las vísceras de esta obra recriminatoria. No es de extrañar, pues, que se haya acabado convirtiendo en un manual de maestrillo, digerido con gusto por quienes luchan por alcanzar al mentor algún día y con sarna por cuantos son corregidos severamente por él. Son estos últimos a quienes a menudo se les castiga con la lectura del tomo; pues de la ingesta de tinta y papel han de aprender a avergonzarse de sus muchos errores y, si superan la depresión inicial, optar por enmendarlos todos con voluntad y tesón.

La penitencia es compartida. Los arrojados a la lectura de este recopilatorio de Carreter sufren también la mención de otros "grandes referentes" - o cuanto menos referidos en esas soporíferas clases - como Álex Grijelmo o Luis Mª Ansón. Al menos Grijelmo, en La punta de la lengua, comenta con comedida gracia errores más cercanos como los que se detectan en programas de máxima audiencia o en algunas letras del cancionero popular. Lázaro Carreter, en cambio, centra su investigación en términos que resonaban en los despachos afelpados de hace más de dos décadas; palabras que, presentadas aquí como exóticas rarezas, han sido empadronadas ya por los sucesores del biólogo en sus ilustres taburetes de la Real Academia.

El autor descorcha su obra sentenciando: "Yo combato aquí a los necios que hacen uso ignorante del idioma" y unas líneas abajo afirma que su libro es medicina eficaz para quien adolece de cierta incorrección gramatical. Qué optimista fue entonces Lázaro Carreter al omitir que esta nuestra neciedad ¿o era necedad? nunca nos llevará a abrirlo.

¿Para qué entonces este libro si nadie dará cuenta de sus propios errores? No, se me olvidaba, siempre habrá un tercero al acecho, uno de los alumnos aventajados de la maestra aventajada y el colegio aventajado; alguien incapaz, sin embargo, de perpetuar la incalculable ventaja que le proporciona a uno quedarse callado cuando es de menester.

Es cierto que la mayoría de los artículos precisan de una lectura lenta, y son muchas las ocasiones en las que el autor se remonta a tiempos de feudos y vasallos para argumentar estos malos usos del lenguaje, pero la obra cuenta con un útil índice alfabético que permite ubicar ágilmente cada término. Cabe reconocer, por supuesto, la admirable retórica que da sentido a la pieza, escrita, como es lógico, en un máximo grado de corrección estilística y gramatical, obsesivo para algunos e imitable para muchos otros.

Ya saben, El dardo en la palabra es uno de aquellos libros que puede ayudarles a distinguirse del resto de la humanidad mediocre que mira cuando ve y oye cuando escucha, que repite aquello de "chequeos rutinarios" y no duda en decir que algo es "estrictamente personal." Pueden incluso lucirlo en el metro, entre parada y parada, como el mismo autor reitera en el prólogo. No imaginan qué gozo da poder cotillear con sentido crítico cada palabra que resuene en el vagón. Aunque, bien mirado, ¿No se crearon con este fin los diccionarios? Tal vez Carreter quisiera introducir diccionarios con brazos, piernas, gafas de pasta u hombreras, que pilotan en modo automático hasta encontrar la diana en la que clavar dardos drenados con la seguridad que da hablar en boca de quien sabe, del placer que da fingir saber de lo que uno habla.

1 Comment:

  1. Esther Valenzuela said...
    Oh! Tú dulce Esther también subió su crítica de Lászaro hacer unos días!! Com ha anat recepció?

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