En la gloria I ¡ACCIÓN!

Cortando el espesor de las nubes densas, siluetas luminosas, semitransparentes, se balancean juntas en un levitar hipnótico. Las damas cargan sobre sus cuerpos etéreos ropajes delicados en tonos pastel. La mayoría han optado por el lavanda, una elección segura. Sacuden las finas telas con dedos rejuvenecidos que amarran a ratos copas frías de cristal. Ellos arrastran túnicas holgadas, unas marrones, otras verdes y todas cruzadas en el antebrazo izquierdo.

Bailan las almas alrededor de un fuego blanco cuyas brasas transportan una melodía arpeada que se repite en bucle. Las notas y acordes–visibles cortinas humeantes-ahogan a los presentes en una neblina rosada cada vez más densa.

De pronto, una de las nubes muda su textura ahumada por otra mucho más árida. Con la nueva piel, se yergue una roca blanquecina sobre el resto, como un montículo escarpado de piedra en el que esculpir insignia o izar bandera. Nace la atracción. La música arrastra dulcemente a los espíritus hacia el imperfecto monolito del que han empezado a brotar arroyos resplandecientes de diamante líquido. Los cuerpos de aire, antes alfileres en suspensión, se doblegan armoniosos para colmar sus copas.

Segundos más tarde, con los labios aún embriagados de luz, los esclavos de la música regresan junto al fuego. Tan sólo dos almas, dos mujeres, han de permanecer al margen del baile celestial.

La una, sentada sobre el mármol, estrangula en el puño un crucifijo de hielo que derrite entre los dedos. La otra, choca sus uñas perfiladas contra el cristal del vaso en un ritmo frenético, precipitando la melodía que escucha al intentar reproducirla. Son dos espíritus que aguardan, esencias enfrascadas en una lujosa eternidad.

- - Disculpe, ¿podría acercarme una de las copas? – espera unos segundos sin obtener respuesta. ¿Debería insistir? duda otros instantes más hasta que al fin se decide, seguramente no ha podido escucharla, la neblina musical cada vez se arremolina más alto- Perdone, creo que no…

- - Ya la he oído. ¿No hay nadie que se encargue de eso? – tras fingir una panorámica de la sala entre sus pestañas postizas, deposita una de las copas sobre el escalón de mármol, al pie de la fuente, y aprovecha el gesto para llenar la propia-.

- - Gracias –el tono es seco, severo, pero la voz se escurre despacio, apenada por concluir así la conversación-.

- - Cuando llegué aquí las cosas eran distintas. El placer no estaba en lo material –se desprende de la copa aún llena con desdén- se podía respirar esa –inspira hondo- satisfacción. En cada nube, en cada constelación… todo inundado de felicidad, de aplausos. Sí. Eso es. Grandes ovaciones y aplausos para el merecedor.

- - ¿Halagos?

- - No. Nada de halagos. ¡Justicia! –busca con la mano extendida la copa desechada-

- - La justicia deberíamos haberla tomado en vida, me temo.

-- Naderías, no sabe lo que dice. Este es el momento. La hora de lo verdadero, del éxito auténtico -chasquea los dedos-. Allí abajo no hay castigo peor que la existencia -fija sus ojos en la neblina cada vez más espesa que cubre casi por completo el vestido de gasas esmeralda- ¡Oh! ¿Qué digo? ¿Acaso esto es mejor?

- - Para muchos lo es, créame. Este es el reposo prometido, ¿no? La paz eterna. Sólo hay que abrir los ojos para entender que hasta la diversión es apacible aquí –sonríe y señala la figura de un unicornio proyectada sobre el fuego blanco-.

- - No, querida. Esto no es felicidad. –sopla fuerte dispersando la bruma rosada- ¡sólo sopor! Hágame caso, sé cómo funciona, cómo aturden las almas. Llevo muchos años aquí y nada…

- - No más que una servidora. La conozco, señorita Desmond. Cuando usted llegó yo ya había sido invitada a docenas de fiestas como esta, y le aseguro que tal cosa no ocurre con frecuencia – acaba de trocear el rosario helado y lo vuelca en el vaso- al menos ya no.

- - Mejor. No creo que le convenga demasiado juntarse con estos ...personajes. Parece más despierta que todos ellos. Muy despierta, de hecho, o eso afirman algunos. –sonríe en busca de ácida complicidad- . -

- - Mire Norma, si pretende jugar al misterio con chismorreos que haya podido cazar al vuelo, le advierto que me he vuelto inmune a ciertas habladurías. Además, creía que no nos conocíamos.

- - (Murmurando mientras sorbe de la copa) ¿Quién no conoce a la Regenta? –escupe una sonrisa tensa- pero ¿quién la reconoce? Ese andrajo no le hace justicia, señorita Ozores. Este es el cielo real y no el teatrillo de santas y mártires que han creado allí abajo. (la ofendida cubre sus hombros con un manto amarillo y se pone en pie de espaldas a Norma) ¿De quién pretende esconderse la Regenta? ¿De las habladurías a las que es inmune?

- - De gentes irrespetuosas como usted, Norma. –se gira con fuerza- el teatrillo que tanto critica es mejor que cualquier otro de los engaños… ¡de sus engaños! Pero cómo va a verlo, si es la primera que vive una farsa.

- - (ríe nerviosa y socarrona) ¿Dónde está vuestra corona de santa, Regenta? ¿Dónde han quedado esas alas de ángel que tanto le prometieron?

- - Basta. –empieza a doblarse, las manos cubriendo los oídos- No tiene ningún derecho a…

- - ¿Valió la pena toda esa devoción virginal? ¿Qué ha sido de su confesor? -la Regenta cae de rodillas al pie de la fuente, su vestido empapado de luz aturdidora- Si yo he vivido engañada, señorita Ozores, desde luego no he sido la única.

- - No tuvo suficiente con destrozarse a sí misma. ¡Vuelque su ira en quienes la cegaron, los que la hicieron creerse aquello que ya no era!

De los cuatro ojos brotaron lágrimas profundas. La mujer arrodillada, hundida entre la niebla y el brillo celestial, se aferró a las piernas de una esfinge de labio tembloroso y ceño fruncido. Pronto sintió las caricias de una mano tensada bordeando su cuello y resguardando la nuca. Ambas permanecieron así varios minutos. Sin necesidad de hablar, de mirarse siquiera. Habían encontrado la paz prometida.

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