De poemas y pomenos II

Si jo fos un àngel...


Ara que tot es complica,
quan l’enyorança es torna la més cruel enemiga
iescassejen ja les forces per seguir en aquesta lluita,
el cor, fatigat, tremola
si recordo el teu somriure.

Massa hores adormides.
Massa llàgrimes salades
d’angoixa i melancomia.
Com massa són les paraules
del boig que no entén la vida
i deixa impassible que el temps
arrossegui amb ell els dies,
emmudeixi aquesta veu
i amagui de nou les ferides.

Però amb qui parlo si no hi ets?
A la teva absència crido!
Si només ella apareix
i només d’ella me’n fio;
que callada respon més
d’allò que els teus ulls em diuen.

Què se n’ha fet de l’amor
que embogia de deliri
un cor que bategava fort?

On ha quedat la passió
d’aquella mirada encesa
d’optimiste o fortalesa
de juventut, de bellesa ...?
Amb el pas dels anys s’ha fos
en pura supervivència,
en rutinària condemna
reflex d’allò que un cop fou.

Sento que ja no puc més.
La memòria i el cós pesen
inerts sobre l’herba verda.
En aquesta inútil guerra
la derrota és imminent.
Però quin és el fracàs
d’aquell sense res a perdre?
Potser vencer fos pitjor
que descansar per sempre,
i oblidar-se dels records
que tan sovint ens ofeguen.

Ja és tard per fer-se enrere.
Ja fuig plorant el dolor.
Acaba la infinita espera.
De la sang que abans maldeïa,
de la cruesa del món,
creixen ales que s’enlairen
amb la inocència i dolçor
que restaven soterrades
per la tristesa i temor.

Bella màgia angelical
que m’allibera per sempre.
Sobrevolo l’oceà
i la distància, tan funesta!
romb a la llibertat.
Si els meus ulls oberts ja et cerquen
feliços ansien veure’t
per la costa, vora el mar.

Somnia la ment alegre
amb escoltar-te parlar
amb romandre al teu costat...
i de sobte, t’apareixes.

Tu també estaves cansat,
tu també volies jeure.
És hora de recuperar
allò que tots dos vam perdre.
Res ja no ens podrà fer mal,
es no queda de la pena.
...Vine company de la mà
que aquí als cels, ningú ens observa.

De poemas y pomenos I


Es bello y curioso cómo expresábamos, unos y otro, el paso de la infancia a lo que, por error y descarte, tomamos ayer por adultez.

"Nadie entiende nada, ni a nadie ni a él mismo.
Todo es oscuro y confuso en el retorcido laberinto
por el que corren las almas azaradas y heridas
de niños traviesos, solitarios y perdidos;
hasta caer inertes en un despiadado abismo.

Y es que nunca se sufre sin miedo ni se ama en frío.
Por mucho que cubra el invierno de hielo el olvido
la nieve fundirá con el resplandor del peligro,
se irá la suave niebla que distorsiona el recuerdo
y la memoria gritará con la tenue voz del viento
escurridizos nombres, hoy prohibidos,
de los eternos prisioneros del tiempo.
Y así, en su ciega nostalgia dormirán vencidos
amantes e hijos de sentimientos fingidos.

Ya juega la noche a enturbiar el alma,
conoce los secretos del amargo deseo.
Sabe envolver este cuerpo de una sola mirada
y en la tierra de los cielos, donde su luna lo aclama
llenar la boca de versos, que incesantes resbalan
por los labios entreabiertos del que espera ser amado.
Llueven lágrimas saladas de historias que nunca acaban.
Se aleja la juventud con la rutina por barco
y un chiquillo la persigue, pero no la alcanza..."


Mente apresurada. Siempre encendida. Congelada sólo en el placer de una sonrisa; tímida y honesta. Vuelas. ¿Y cuándo no lo has hecho? Estabas orgullosa de tu independencia, pero era opaca tu mirada perdida. Y el miedo te hacía frágil, te hacía niña. Y te creían tan fuerte… “Me hubiera encantado ser periodista”, me decías; y de noche llenabas tu diario de ositos con ternura sencilla. Ingeniera de fantasías, mariposas y caricias. Espíritu decidido. Tan cálida el alma y la expresión tan fría. Tan rápido viajabas que peinabas la vida. Y tanto quisiste hacer… que ahora el vacío es interrogante y la nada el dolor de lo inexplicable.

Alma liberada, sé por fin protagonista.














Suerte y paz amiga. Un beso fuerte

Entrada dedicada a mi dulce Esther, crítica ácida y amarga cual cebolla. Vieja reliquia revisada, escrita para quien no la mereció, por cierto.

Hay libros que enternecen el alma. Otros, cambian la visión del mundo. Hay novelas que pasarán a la historia por amamantar incluso a quienes no beben de la lectura. El dardo en la palabra, sin embargo, no ha conseguido ser recordado por ninguno de estos hitos.

La obra de Lázaro Carreter, rompecabezas incompleto de sus artículos de opinón, se mantiene aún como Biblia de la élite lingüística, de aquellos amantes de la perfección y el puntillismo idiomático. De pluma en boca este tomo de casi ochocientas páginas ha sido recomendado entre los dioses quisquillosos de la corrección. Aquellos que saben hacer buen uso del libro para, como su nombre indica, lanzar dardos que endulzando su paladar y acolchando con su ego al intelecto, amarguen el trago de quienes los reciben.

Se trata de uno de los mayores mandamientos bibliográficos exactamente críticos con el uso incorrecto de ciertos vocablos del español oral y escrito. Una intención tan noble, mancillada, sin embargo, por su vestidura académica - y Académica- y el tono de pedantería omnisciente con el que fueron firmadas cada una de las vísceras de esta obra recriminatoria. No es de extrañar, pues, que se haya acabado convirtiendo en un manual de maestrillo, digerido con gusto por quienes luchan por alcanzar al mentor algún día y con sarna por cuantos son corregidos severamente por él. Son estos últimos a quienes a menudo se les castiga con la lectura del tomo; pues de la ingesta de tinta y papel han de aprender a avergonzarse de sus muchos errores y, si superan la depresión inicial, optar por enmendarlos todos con voluntad y tesón.

La penitencia es compartida. Los arrojados a la lectura de este recopilatorio de Carreter sufren también la mención de otros "grandes referentes" - o cuanto menos referidos en esas soporíferas clases - como Álex Grijelmo o Luis Mª Ansón. Al menos Grijelmo, en La punta de la lengua, comenta con comedida gracia errores más cercanos como los que se detectan en programas de máxima audiencia o en algunas letras del cancionero popular. Lázaro Carreter, en cambio, centra su investigación en términos que resonaban en los despachos afelpados de hace más de dos décadas; palabras que, presentadas aquí como exóticas rarezas, han sido empadronadas ya por los sucesores del biólogo en sus ilustres taburetes de la Real Academia.

El autor descorcha su obra sentenciando: "Yo combato aquí a los necios que hacen uso ignorante del idioma" y unas líneas abajo afirma que su libro es medicina eficaz para quien adolece de cierta incorrección gramatical. Qué optimista fue entonces Lázaro Carreter al omitir que esta nuestra neciedad ¿o era necedad? nunca nos llevará a abrirlo.

¿Para qué entonces este libro si nadie dará cuenta de sus propios errores? No, se me olvidaba, siempre habrá un tercero al acecho, uno de los alumnos aventajados de la maestra aventajada y el colegio aventajado; alguien incapaz, sin embargo, de perpetuar la incalculable ventaja que le proporciona a uno quedarse callado cuando es de menester.

Es cierto que la mayoría de los artículos precisan de una lectura lenta, y son muchas las ocasiones en las que el autor se remonta a tiempos de feudos y vasallos para argumentar estos malos usos del lenguaje, pero la obra cuenta con un útil índice alfabético que permite ubicar ágilmente cada término. Cabe reconocer, por supuesto, la admirable retórica que da sentido a la pieza, escrita, como es lógico, en un máximo grado de corrección estilística y gramatical, obsesivo para algunos e imitable para muchos otros.

Ya saben, El dardo en la palabra es uno de aquellos libros que puede ayudarles a distinguirse del resto de la humanidad mediocre que mira cuando ve y oye cuando escucha, que repite aquello de "chequeos rutinarios" y no duda en decir que algo es "estrictamente personal." Pueden incluso lucirlo en el metro, entre parada y parada, como el mismo autor reitera en el prólogo. No imaginan qué gozo da poder cotillear con sentido crítico cada palabra que resuene en el vagón. Aunque, bien mirado, ¿No se crearon con este fin los diccionarios? Tal vez Carreter quisiera introducir diccionarios con brazos, piernas, gafas de pasta u hombreras, que pilotan en modo automático hasta encontrar la diana en la que clavar dardos drenados con la seguridad que da hablar en boca de quien sabe, del placer que da fingir saber de lo que uno habla.

En la gloria II ¡CORTEN!


¡Corten! Grito con mi mejor voz. Las actrices abandonan el decorado de cartón y esquivando con desdén las aparatosas máquinas de humo llegan a manos de sus (des)maquilladoras. Yo vuelvo a lo acontecido. Repaso en el visor los últimos minutos grabados… Vaya, ¿y esa cara? No era la idea. Pero me gusta. ¡Buena! Les grito de nuevo y todos parecen deshincharse de tensión. Detrás del estudio, me espera una de esas periodistas plomizas, de las de gafitas lindas y sonrisa no apta para diabéticos. Le sonrío yo también. Soy cortés. ¿Dos besos? No. Me extiende la mano. Bueno, supongo que será lo mejor. Allá vamos. A ver si acaba esto rápido. Estoy cansado. Quiero volver a ver esa cara… no, definitivamente no era cómo yo la había imaginado. Mierda, la chica ya está preguntando; y con grabadora.

[…]siendo tan joven afirmaba sentir una gran identificación hacia este personaje. Permítame la osadía señor Díaz pero por qué y en qué se identifica con alguien como Norma Desmond?

Bueno, supongo que por la fuerza que desprende. La capacidad que tenía de disfrazar la realidad al servicio de su imaginación y sus necesidades. Al fin y al cabo, es una mujer que vive del pasado, aunque cree que para el futuro. Además, le encanta el reconocimiento, disfruta siendo el centro de atención. Yo no tanto –le susurro y luego sonrió, emulando espontaneidad. Pero pronto recuerdo que no hay cámaras y ya vuelvo a ser más yo-.

Si le pidiera que me hiciera una lista de virtudes y defectos de la señorita Desmond…

Una mujer como ella está llena de valores positivos: qué me dice de su clase, de ese porte arrogante aún y cuando ya no puede permitírselo? La enorme energía que proyecta para todo aquello referido a su carrera profesional, viviéndolo… sintiéndolo todo con expresividad desmedida. –La miro satisfecho por mi intervención pero no me está escuchando, sólo apunta, relee sus preguntas e imagina las (sus también, a fin al cabo) respuestas.- ¿Defectos? Creo que para norma la mayoría de defectos son sólo debilidades transitorias. En su caso hay algunas a las que nunca acaba de enfrentarse: es incapaz de asumir que el éxito expiró. Las obsesiones la vuelven una fiera ciega y sorda con grandes carencias afectivas y todo ello además, viviendo de unos ingresos que ya no dispone.

¿Cuando trabaja con el personaje, qué punto exacto intenta desvelar más que el resto?

La ambición… y la resistencia. En su caso son términos casi sinónimos. Van más allá de un mecanismo de superación. El sentimiento de fracaso sigue ahí, pero se borra el objeto.

¿Cuál hubiera sido su papel ideal en El crepúsculo de los Dioses, señor Díaz?

¿Mi papel? Disculpe, creo que no la sigo. Como actor, digo, ¿qué personaje hubiera querido representar? –sonríe y sigue apuntando, ausente- Ah, vaya… El de un joven periodista despistado que llega a su casa para entrevistarla. Un reportaje cualquiera, de esos que se van en serie “Glorias pasadas del cine” o “Estrellas del cine mudo”, tal vez. La gracia sería ver cómo encaja que Norma aún no ha asumido el matiz pretérito de su fama.

¿Qué ha aportado Norma Desmond a la humanidad? Pues, no sé… precisamente eso, humanidad, supongo. Es una pregunta un tanto extraña. Sé que Norma representa sin quererlo a toda una generación de actores que perdieron su empleo con el fin del cine mudo. Pero es mucho más actual que todo eso. ¿Cuántos actores… artistas de todo tipo, confunden su profesión con una identidad social? Son pequeñas Normas, sin éxitos ni trabajo hace días, semanas, ¡años! Y en cambio su actitud huele aún a pseudobohemia.


Pincha la imagen y déjate apresar por Norma


En la gloria I ¡ACCIÓN!

Cortando el espesor de las nubes densas, siluetas luminosas, semitransparentes, se balancean juntas en un levitar hipnótico. Las damas cargan sobre sus cuerpos etéreos ropajes delicados en tonos pastel. La mayoría han optado por el lavanda, una elección segura. Sacuden las finas telas con dedos rejuvenecidos que amarran a ratos copas frías de cristal. Ellos arrastran túnicas holgadas, unas marrones, otras verdes y todas cruzadas en el antebrazo izquierdo.

Bailan las almas alrededor de un fuego blanco cuyas brasas transportan una melodía arpeada que se repite en bucle. Las notas y acordes–visibles cortinas humeantes-ahogan a los presentes en una neblina rosada cada vez más densa.

De pronto, una de las nubes muda su textura ahumada por otra mucho más árida. Con la nueva piel, se yergue una roca blanquecina sobre el resto, como un montículo escarpado de piedra en el que esculpir insignia o izar bandera. Nace la atracción. La música arrastra dulcemente a los espíritus hacia el imperfecto monolito del que han empezado a brotar arroyos resplandecientes de diamante líquido. Los cuerpos de aire, antes alfileres en suspensión, se doblegan armoniosos para colmar sus copas.

Segundos más tarde, con los labios aún embriagados de luz, los esclavos de la música regresan junto al fuego. Tan sólo dos almas, dos mujeres, han de permanecer al margen del baile celestial.

La una, sentada sobre el mármol, estrangula en el puño un crucifijo de hielo que derrite entre los dedos. La otra, choca sus uñas perfiladas contra el cristal del vaso en un ritmo frenético, precipitando la melodía que escucha al intentar reproducirla. Son dos espíritus que aguardan, esencias enfrascadas en una lujosa eternidad.

- - Disculpe, ¿podría acercarme una de las copas? – espera unos segundos sin obtener respuesta. ¿Debería insistir? duda otros instantes más hasta que al fin se decide, seguramente no ha podido escucharla, la neblina musical cada vez se arremolina más alto- Perdone, creo que no…

- - Ya la he oído. ¿No hay nadie que se encargue de eso? – tras fingir una panorámica de la sala entre sus pestañas postizas, deposita una de las copas sobre el escalón de mármol, al pie de la fuente, y aprovecha el gesto para llenar la propia-.

- - Gracias –el tono es seco, severo, pero la voz se escurre despacio, apenada por concluir así la conversación-.

- - Cuando llegué aquí las cosas eran distintas. El placer no estaba en lo material –se desprende de la copa aún llena con desdén- se podía respirar esa –inspira hondo- satisfacción. En cada nube, en cada constelación… todo inundado de felicidad, de aplausos. Sí. Eso es. Grandes ovaciones y aplausos para el merecedor.

- - ¿Halagos?

- - No. Nada de halagos. ¡Justicia! –busca con la mano extendida la copa desechada-

- - La justicia deberíamos haberla tomado en vida, me temo.

-- Naderías, no sabe lo que dice. Este es el momento. La hora de lo verdadero, del éxito auténtico -chasquea los dedos-. Allí abajo no hay castigo peor que la existencia -fija sus ojos en la neblina cada vez más espesa que cubre casi por completo el vestido de gasas esmeralda- ¡Oh! ¿Qué digo? ¿Acaso esto es mejor?

- - Para muchos lo es, créame. Este es el reposo prometido, ¿no? La paz eterna. Sólo hay que abrir los ojos para entender que hasta la diversión es apacible aquí –sonríe y señala la figura de un unicornio proyectada sobre el fuego blanco-.

- - No, querida. Esto no es felicidad. –sopla fuerte dispersando la bruma rosada- ¡sólo sopor! Hágame caso, sé cómo funciona, cómo aturden las almas. Llevo muchos años aquí y nada…

- - No más que una servidora. La conozco, señorita Desmond. Cuando usted llegó yo ya había sido invitada a docenas de fiestas como esta, y le aseguro que tal cosa no ocurre con frecuencia – acaba de trocear el rosario helado y lo vuelca en el vaso- al menos ya no.

- - Mejor. No creo que le convenga demasiado juntarse con estos ...personajes. Parece más despierta que todos ellos. Muy despierta, de hecho, o eso afirman algunos. –sonríe en busca de ácida complicidad- . -

- - Mire Norma, si pretende jugar al misterio con chismorreos que haya podido cazar al vuelo, le advierto que me he vuelto inmune a ciertas habladurías. Además, creía que no nos conocíamos.

- - (Murmurando mientras sorbe de la copa) ¿Quién no conoce a la Regenta? –escupe una sonrisa tensa- pero ¿quién la reconoce? Ese andrajo no le hace justicia, señorita Ozores. Este es el cielo real y no el teatrillo de santas y mártires que han creado allí abajo. (la ofendida cubre sus hombros con un manto amarillo y se pone en pie de espaldas a Norma) ¿De quién pretende esconderse la Regenta? ¿De las habladurías a las que es inmune?

- - De gentes irrespetuosas como usted, Norma. –se gira con fuerza- el teatrillo que tanto critica es mejor que cualquier otro de los engaños… ¡de sus engaños! Pero cómo va a verlo, si es la primera que vive una farsa.

- - (ríe nerviosa y socarrona) ¿Dónde está vuestra corona de santa, Regenta? ¿Dónde han quedado esas alas de ángel que tanto le prometieron?

- - Basta. –empieza a doblarse, las manos cubriendo los oídos- No tiene ningún derecho a…

- - ¿Valió la pena toda esa devoción virginal? ¿Qué ha sido de su confesor? -la Regenta cae de rodillas al pie de la fuente, su vestido empapado de luz aturdidora- Si yo he vivido engañada, señorita Ozores, desde luego no he sido la única.

- - No tuvo suficiente con destrozarse a sí misma. ¡Vuelque su ira en quienes la cegaron, los que la hicieron creerse aquello que ya no era!

De los cuatro ojos brotaron lágrimas profundas. La mujer arrodillada, hundida entre la niebla y el brillo celestial, se aferró a las piernas de una esfinge de labio tembloroso y ceño fruncido. Pronto sintió las caricias de una mano tensada bordeando su cuello y resguardando la nuca. Ambas permanecieron así varios minutos. Sin necesidad de hablar, de mirarse siquiera. Habían encontrado la paz prometida.

Aplausos que enmudecen

El aplauso es la voz del reconocimiento. El eco del mérito y quién sabe si, para algunos, el preludio del triunfo o el triunfo mismo. Sucede que el aplauso es sonoro, grupal, multitudinario y contagioso: son muchas manitas palmoteando juntas; creyéndose fuertes, felices, divertidas. Esquivamos –a veces incluso socorremos- a quien tropieza cerca, al que cae de una bicicleta y aplaudimos al mismo accidentado si aparece en Videos de primera ¿Y qué es el aplauso sino un intercambio de intereses, necesidades? “Un grito de masas” dirán unos, “de esas gentes ineptas que combinan palomitas edulcoradas con su chute diario de teleporqueria” (así en catalán suena mucho más cool).

En el cartel de anuncios de la vida se precisaban “observadores con criterio, capaces de reportar el mundo y sus gentes en palabras e imágenes”. Asumiendo que un transmisor no acostumbra a ser protagonista, me entrevisté con la experiencia ya hace tres años y aún hoy sigo en el casting. Durante este tiempo, he observado a otros competidores -competidoras, en su mayoría-; he aprendido de ellas lecciones de decisión, temple, resistencia y retórica avanzada, pero aún no logro levitar con tanta naturalidad, planear alto y, a vista de pájaro radiactivo, escrutar los intestinos de ratoncitos perdidos. Ellas pueden. Saben cuán importante es su trabajo, lo esencial que resulta huir de las masas y lo primario de su opinión. ¿Opinión? Oh no… esa palabra no existe en el argot, quise decir tal vez rica interpretación profesional. Como muy reflexivamente comentó una expersona dulcemente ahogada en su personaje, aún es pronto para razonamientos propios, al fin y al cabo, ¡sólo tenemos 20 años! Por eso, sin pedirle imposibles a mi mente desentrenada, aquí relato algo que a nuestros humildes Dioses, lectores de vidas, puede interesar:

Viernes 24 y 25 de abril, en el Albergue Mas Silvestre de Canyamars, se celebraba el IV Encuentro de Jóvenes Lectores, organizado por la Associació Catalana de Premsa Comarcal (ACPC). Dos días para decidir el futuro del periodismo del mundo mundial y, a poder ser, para guiar el rescate de la prensa local y comarcal catalana. En la primera jornada, las crías de periodistas “andan aún en frío”, se excusan los pocos postadolescentes; en la segunda, “se pasaron de calientes en una noche de desfase paquito chocolatero”.

Dos días es poco el tiempo para definir el modelo del periodista del futuro, determinar si el publicador ciudadano supone una amenaza para la profesión o jugar a reinventar los medios y sus tecnologías. Por suerte, contábamos con un espacio de debate tras las ponencias y exposiciones, del que debían desprenderse las conclusiones del evento.

En un aulario en forma de cabaña enorme de madera maciza, 110 periodistas en potencia ocupan las largas mesas rectangulares. Todos juegan con sus notas, sus bolígrafos, sus carpetas, algunos también con sus móviles, sus mp3 o sus grabadoras. Está atardeciendo. Las jornadas llegan a su fin. Es el momento del gran debate que ha de cerrar el evento. Un hombre escrupulosamente encorbatado prepara unas diapositivas en el proyector. Lo custodia un ser femenino que en su aparatosa presencia recuerda al limpiachimeneas bohemio de Poppins. De su cuello cuelga la cámara fotográfica, de la cintura un bloc para tomar notas, en el cinturón multiusos una grabadora digital y un micrófono de mano, al pie de sus temblorosos perniles, una cámara de video y entre sus tenazas ágiles, se despliega un trípode de plástico que ha estado cargando en una ingeniosa mochila trasera ocupada ahora por el ordenador muy portátil. Es, sin duda, el reflejo del maravilloso mundo del periodismo multimedia (multimierda?). Aunque yo prefiero llamarle el Veni vidi vincit. Llega, ve (ve aunque no mire, lo hace a través de varios visores) y vincit (consigue suficiente información o sucedáneo para emular conocimientos sobre algo). Y así fue una vez más, la limpiachimeneas había acudido únicamente al cierre. “Espero no fer massa tard” comentaba en un forzado coleguismo con el resto de asistentes, décadas más jóvenes.

No hubo debate. En lugar de eso, el hombre encorbatado se presentó. Era el portavoz de la Agència Catalana de Notícies (ACN). “Ens agradaria –incluye aquí a la limpiachimeneas- posar-vos un petit video perque conegueu millor qui és l’ACN i què fa”. Sin dar opción a réplica o bendición, pulsa el play y empiezan a emerger imágenes en movimiento desde el proyector. Eran periodistas rubiositos, jóvenes, sonriendo y mirando a cámara sin dejar de teclear. Luego mandaban sus textos por el ciberespacio, el viaje intergaláctico de la información. Parecían felices. Satisfechos. Eran súperheroes que disponían de equipos Hi-Tech (tal vez incluso scienciefiction-tech) con los que capturaban al mismo tiempo palabras e imágenes de cuanto sucedía en toda la geografía catalana. La voz, robótica y sensual, era de dobladora de TV3 y se detenía sólo a media frase para repetir ACN. Tanto volvía a las mismas siglas que se acababan digiriendo como la megafonía de un trayecto diario en metro. El video termina con el eslogan empresarial de la agencia. Y, sorprendentemente, se escuchan aplausos. Los críticos reporteros palmotean eufóricos como focas drogadas ante tal muestra de poder y patrocinio empresarial. Poder suficiente como para comprar el tiempo dedicado al debate general de las jornadas y llenarlos con videos corporativos e hipnóticos.

Alguien se percata del tema y en la cordial inercia del “si teniu alguna pregunta o comentari?” aprovecha para dar fe de ello ante el patrocinador. Ningún apoyo. Al fin y al cabo, los aplausos ya habían hablado, es la voz de nuestros humildes Dioses, de los transcriptores del mundo.

PS: La imagen es de la III Trobada de Joves Lectors, no de la IV pero no he encontrado alumnos de la Universidad Abat Oliva que puedan mostrar mejor la dulce penetración del mercado y patrocinio en su sistema docente. ((El profesor, sobrino de Charlie Brown y hermano de Octavio Acebes, merodeaba esta mañana por la UAB... raro raro raro)).


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