Jamás pensó que se atrevería a hacerlo, pero lo hizo. De repente se encontró a sí misma inmóvil, con los ojos clavados en un cuerpo ya sin vida, empapado en sangre. Sangre espesa, abundante, delatora, que corría ahora entre sus dedos. La misma que resbalaba sobre la hoja de un cuchillo afilado y se esparcía como un mar rojo por la ranura de los baldosines desgastados. Estaba asustada. Parpadeó un par de veces y suspiró. El frío de aquella madrugada de enero se había apoderado de la sala y de su mente. Somos imprevisibles, pensó. Se oyeron pasos. Celia agarró como supo al pollo degollado y huyó a toda prisa por la ventana.

0 Comments:

Post a Comment



Entrada más reciente Entrada antigua Inicio