Expulsión III



Este relato pudiera ser el inicio de una novela futurista o de ficción. Podría iniciarse así una fábula especulativa como la de Un mundo feliz. Recogería además de ésta la exclusión clasista –e intencionalmente racista- visible también en historias como Gattaca o Hijos de los hombres. Una utopía capaz incluso de cuestionar el control intervencionista de un Estado fuerte e inflexible como el de 1984. Pero no es éste sino otro año el que la viene inspirando:

1609. Más de 300.000 moriscos son expulsados de España por orden del rey Felipe III y con la aprobación de las Cortes. La mayoría de ellos, descendientes de musulmanes convertidos al cristianismo. Comunidades que llevan siglos habitando en la península y que han reprimido costumbres e idiomas provocando una forzada integración de hijos y nietos. ¿Para qué? Se pregunta uno si reflexiona sobre el destino otorgado a esas jóvenes generaciones, promesas truncadas de futuro español —o en España cuanto menos—. A diferencia de esta expulsión hipotética, fueron cuatro meses y no un año el tiempo que se dispuso para realizar la evacuación morisca. Aquellos que debieron abandonar sus casas y tierras se vieron obligados a cederlas a las clases diligentes, caciques, Iglesia y Estado, siendo penados a muerte si intentaban quemarlas o perjudicarlas en el tiempo previo a su expulsión. Un traslado que, en la cúspide de la humillación, tuvo que costearse cada uno de los moriscos invitado al exilio.

Tras un largo periodo de apaciguada convivencia, capaz de neutralizar las manifestaciones de odio y xenofobia profesadas por los Reyes Muy Católicos —aunque poco cristianos atendiendo a los hechos— a finales del siglo XV; la crispación popular causada por la inflación, la devaluación monetaria y la pérdida incesante de puestos de trabajo culpó a los moriscos de esa situación crítica que tanto asustaba a los trabajadores de la tierra y pequeños comerciantes. La acusación, además, fue respaldada por la misma monarquía y Parlamento que rechazaron la expulsión en un primer momento, considerándola innecesaria y perjudicial para el desarrollo del país. Dicen a menudo que el primer impulso es el que vale y, viendo las consecuencias fatales del destierro—ya no sólo a nivel humano sino político y económico— podemos llegar a justificar el refrán.

El triunfo protestante en Países Bajos provocó un radicalismo político en los países cristianos, especialmente en aquellos que precisaban de una imagen exterior unificada y fuerte capaz de afrontar deudas millonarias, como fue el caso español. El resto... es Historia. O historias para ser exactos. Historias y leyendas escritas —Ver El morisco que nunca existió, de J.M Perceval— y fabuladas por los seguidores del inquisidor Jaime de Bleda, del arzobispo de Valencia Juan de Ribera y de numerosos escritores conscientes o no del todo de la repercusión de sus cuentos y personajes moriscos estereotipados.

Los moriscos se reúnen en cuevas. Vivían a menudo alejados de la ciudad, cerca de los campos en los que trabajaban. Los moriscos falsifican monedas que luego ingieren. ¿Para qué hacerlo si son falsas? Ya saben: El oro del que caga el moro. Las moriscas no deben amamantar a sus bebés pues la leche materna los convierte ya de niños en criaturas ambiciosas e interesadas. De ahí la expresión mala leche. Los moriscos son capaces de negar su propia religión por interés. ¿Por interés o por supervivencia? En cualquier caso, el islam permite hacerlo en supuesto de persecución. Para más información, busquen por taqqiya.

Fue todo este imaginario capaz de convertir a unos grandes generadores de riqueza y mano de obra en el levante del país, luchadores y resignados convertidos al cristianismo (recordemos expresiones como "Quien tiene moro, tiene oro" o "A más moros, más ganancias"), en avaros usureros culpables de las deudas adquiridas por el clero y la corona. Tan importantes llegaron a resultar tales definiciones manipuladas del concepto morisco que éste acabó siendo una creación a conveniencia cristiana, un arquetipo parecido al de la santa o la puta —siendo ésta última una proyección fantástica de sus clientes—. Ver: Cristianos contra moriscos, fragmento del libro Todos son uno. J.M Pervecal.

Aunque para algunos ese fue el mayor argumento, la perdición recayó en la atrayente posibilidad de confiscar bienes y propiedades moriscas. Golosina capaz de deformar la postura de la nobleza aragonesa y valenciana así como la de algunos pilares de la Iglesia castellana y aragonesa —todos ellos hasta mediados de 1608 reacios a la expulsión y partidarios de promover la integración morisca—.

Crisis, Inmigración, Deudas, Inflación, Imagen exterior debilitada, Aislamiento, Conflictividad, Avaricia, Miedo al desempleo, Intervención Estatal, Intervención Eclesiástica, Recelo xenófobo, Crispación, Integración parcial, Inseguridad...


Los factores permanecen. Incauto aquel que mantenga
que la Historia siempre se repite.




Inmigrantes esperando a puertas de la Seguridad Social y el Consulado


Bautizo y conversión cristiana de moriscos

















Inmigrantes en proceso de repatriación



Expulsión Morisca (1609)



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