Faustino Mondragón - 02


Continuación de Faustino Mondragón -01

Una de las puertas blancas del pasillo se abrió y antes siquiera de levantar la barbilla, el visitante reconoció la silueta y el olor a perfume alcoholizado de Emilio Moreno. Los dos hombres se miraron frente a frente. Algo que a Faustino acostumbraba a pasarle a menudo, no porque sus ojos almendrados quedaran a la altura de los de su colocutor - solían permanecer un palmo por debajo - sino porque conservaban, según habían apuntado ya varias mujeres, un brillo especial, parte del atractivo que un día tuvieron.


- Adelante - Emilio le invitó a entrar al despacho con un doblez vago de muñeca. Sus palabras se estrellaban contra el puro apagado que sobresalía entre la barba frondosa. Qué lástima -pensaba Emilio a veces- que tanto espesor capilar se hubiera perdido con los años unos centímetros por encima de la frente.

Ya en el interior de la sala, Mondragón se había deshecho de sus Adiddas Airmax Monster Turbo y, descalzo, se expandía y contraía como un bostezo sobre el butacón de cuero que conocía bien. Emilio le contemplaba desde el otro lado del escritorio sin dejar de succionar las hojas secas de tabaco.

- Mira Faustino -carraspeó- Algunos de vosotros tenéis suerte. Pocos la mantenéis. Pero parece que no todos la sabéis aprovechar. -Abrió entonces la ventana metálica y se encendió el puro. Exhaló lentamente el humo mientras sus facciones se arrugaron y encogieron para dotarle al fin de una expresión mucho más severa y autoritaria- He hablado con Roberto. Me ha puesto al día de todo. ¡Cómo has podido! ¿Cómo has sido capaz?

El regañado se encogió de hombros y fijó la vista en el edificio que asomaba tras la ventana.

- Dos años ... dos años. ¿Tienes idea de cuántas veces la has jodido en dos años? -repasaba con las yemas húmedas archivos polvorientos que sobresalían de uno de los cajones del despacho - ¿Cuántos trabajos perdidos? ¿¡Cuántos!? -no pudo ni quiso evitar mostrarse furioso- ¿Crees que me resulta tan fácil colocar a un tarado como tú? No tienes ni idea. No entiendes nada.

- Ocho - murmuró Faustino impasible-.

- ¿Ocho? ¿Ocho qué? - embistió Emilio entre sorprendido y encolerizado al creer que no se le prestaba la atención requerida-.

- Ocho empleos.

- Serás cínico. ¡Y aún respondes! - estiró un fajo de papeles del cajón y lo estampó contra la mesa - Nueve, Mondragón. Nueve putos trabajos al traste. -empezó a rascarse la calva con desasosiego, parecía incluso que pensara en algo nuevo-. Dijiste que te gustaba escribir. Te conseguí un puesto de redactor en "La Gaceta de Albacete". Convenciste al director para quemar casi mil euros en la que iba a ser la exclusiva que sacaría a flote a la revista. ¿Y qué conseguiste? ¡Nada!.

- No es verdad.

- Oh, sí! Tienes razón. Después de pasar tres semanas entre archivos e indagaciones intensas llegaste a la conclusión de que Mª Teresa Campos era portavoz de un comando terrorista con sede en Torrelodones. ¡Eso sí es periodismo de investigación! - su sonrisa punzante permanecía tan tensa que a punto estuvo el puro de salir disparado cual proyectil sobre la frente de Faustino. Tomó aire y siguió con la enumeración.- Ya como panadero te dedicaste a ordenar las barras por tamaños y temperatura. ¿Qué importaban las kilométricas colas que se formaban en la calle? ¿Creías en serio que las hambrientas ancianitas iban a estar esperando a que completases tus clasificaciones neodarvinistas? -parecía exaltado- Oh! y pobre de la que, resfriada de tanto esperar, tosiera cerca del mostrador. ¿Qué hiciste cuando aquella mujer estornudó, Faustino? -El aludido permanecía impasible, cabizbajo. - ¿No te acuerdas?. Porque yo sí me acuerdo, Mondragón. Y el dueño de la Panadería también. Rociaste cuanto había expuesto con desinfectante, no sin antes bautizar a la señora con él. -aplastó su puño sobre la mesa mientras sacudía la cabeza en un gesto de abnegación-. ¿Has olvidado también qué pasó cuando fuiste payaso en el centro cívico "Los Pajaritos"?

- Animador Sociocultural - aclaró, algo apenado por haber perdido un cargo tan importante.
Faustino escuchaba cómo la voz envolvente del reproche se deshacía entre el humo del tabaco y, despistando las enormes ganas de arrancarle el puro a Emilio y fumárselo en tres caladas, centró su atención en uno de los sofisticados artilugios expuestos sobre el escritorio. A simple vista, parecía un reloj de arena rojiza, pero si uno lo contemplaba fijamente, como solía hacerlo siempre Mondragón, podía darse cuenta de que cuanto caía no era arena sino un liquido viscoso que goteaba cuidadosamente sobre el cristal. ¿Cuánto debía tardar aquel artilugio en completar un ciclo?¿Cuántos minutos le quedarían a Faustino para disfrutar de tal espectáculo antes de que la última gota se uniera al resto del pringue? ¿Cuando eso ocurriera, podría darle la vuelta al reloj sin que Emilio se percatase? ¿Y si éste daba la conversación por finalizada antes de que el quimérico artefacto se exhibiera por completo?... Demasiadas dudas. Demasiadas inquietudes. Habiendo tanto nuevo por descubrir, cómo perder el tiempo escuchando al hombre sentado al otro lado de la mesa?.

- Hasta aquí, Mondragón. Ya no más. - El tono grave de Emilio emergió a Faustino del reloj acuático y lo devolvió a aquella habitación. Aunque no por completo, pues no era la primera vez que esos labios le dirigían un ultimátum.- Aquí estamos todos cansados, agotados, buscando lo mejor para ti. Sabemos que eres... diferente al resto y no es fácil para ti todo este cambio. Pero siempre hay un límite. - Ahora chocaba los nudillos de su mano derecha contra el reposabrazos. Uno tras otro. Cada vez más rápido. En un ritmo hipnótico, frenético. Meñique, angular, corazón, índice... Meñique, angular, corazón índice... Meñique, angular, corazón, índice... - ¡Faustino! ¿Me estás escuchando? Espera aquí. Hay algo que quiero enseñarte.

Emilio abandonó el butacón de cuero unos segundos para, ya desde el umbral de la puerta, susurrarle algo a la mujer del moño tirante - quien, casualmente, aguardaba en el pasillo-. ¿Cómo era el nombre? ¿Mª Teresa? ¿Mª del Mar?. Faustino se esforzaba por recordar cuáles eran las letras apiñadas en la plaquita que colgaba de esa blusa lejana. Por un momento creyó que la mujer del moño tirante le sonreía pero pronto entendió que lo que hacía era reír alguna de las gracias del siempre ingenioso, atento y buen humorado Emilio. Tal vez él sí sería, reconoció Faustino, y no sin dolor, un buen animador sociocultural.

Continuará...


El Mago de imágenes

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De poemas y pomenos II

Si jo fos un àngel...


Ara que tot es complica,
quan l’enyorança es torna la més cruel enemiga
iescassejen ja les forces per seguir en aquesta lluita,
el cor, fatigat, tremola
si recordo el teu somriure.

Massa hores adormides.
Massa llàgrimes salades
d’angoixa i melancomia.
Com massa són les paraules
del boig que no entén la vida
i deixa impassible que el temps
arrossegui amb ell els dies,
emmudeixi aquesta veu
i amagui de nou les ferides.

Però amb qui parlo si no hi ets?
A la teva absència crido!
Si només ella apareix
i només d’ella me’n fio;
que callada respon més
d’allò que els teus ulls em diuen.

Què se n’ha fet de l’amor
que embogia de deliri
un cor que bategava fort?

On ha quedat la passió
d’aquella mirada encesa
d’optimiste o fortalesa
de juventut, de bellesa ...?
Amb el pas dels anys s’ha fos
en pura supervivència,
en rutinària condemna
reflex d’allò que un cop fou.

Sento que ja no puc més.
La memòria i el cós pesen
inerts sobre l’herba verda.
En aquesta inútil guerra
la derrota és imminent.
Però quin és el fracàs
d’aquell sense res a perdre?
Potser vencer fos pitjor
que descansar per sempre,
i oblidar-se dels records
que tan sovint ens ofeguen.

Ja és tard per fer-se enrere.
Ja fuig plorant el dolor.
Acaba la infinita espera.
De la sang que abans maldeïa,
de la cruesa del món,
creixen ales que s’enlairen
amb la inocència i dolçor
que restaven soterrades
per la tristesa i temor.

Bella màgia angelical
que m’allibera per sempre.
Sobrevolo l’oceà
i la distància, tan funesta!
romb a la llibertat.
Si els meus ulls oberts ja et cerquen
feliços ansien veure’t
per la costa, vora el mar.

Somnia la ment alegre
amb escoltar-te parlar
amb romandre al teu costat...
i de sobte, t’apareixes.

Tu també estaves cansat,
tu també volies jeure.
És hora de recuperar
allò que tots dos vam perdre.
Res ja no ens podrà fer mal,
es no queda de la pena.
...Vine company de la mà
que aquí als cels, ningú ens observa.

De poemas y pomenos I


Es bello y curioso cómo expresábamos, unos y otro, el paso de la infancia a lo que, por error y descarte, tomamos ayer por adultez.

"Nadie entiende nada, ni a nadie ni a él mismo.
Todo es oscuro y confuso en el retorcido laberinto
por el que corren las almas azaradas y heridas
de niños traviesos, solitarios y perdidos;
hasta caer inertes en un despiadado abismo.

Y es que nunca se sufre sin miedo ni se ama en frío.
Por mucho que cubra el invierno de hielo el olvido
la nieve fundirá con el resplandor del peligro,
se irá la suave niebla que distorsiona el recuerdo
y la memoria gritará con la tenue voz del viento
escurridizos nombres, hoy prohibidos,
de los eternos prisioneros del tiempo.
Y así, en su ciega nostalgia dormirán vencidos
amantes e hijos de sentimientos fingidos.

Ya juega la noche a enturbiar el alma,
conoce los secretos del amargo deseo.
Sabe envolver este cuerpo de una sola mirada
y en la tierra de los cielos, donde su luna lo aclama
llenar la boca de versos, que incesantes resbalan
por los labios entreabiertos del que espera ser amado.
Llueven lágrimas saladas de historias que nunca acaban.
Se aleja la juventud con la rutina por barco
y un chiquillo la persigue, pero no la alcanza..."


Mente apresurada. Siempre encendida. Congelada sólo en el placer de una sonrisa; tímida y honesta. Vuelas. ¿Y cuándo no lo has hecho? Estabas orgullosa de tu independencia, pero era opaca tu mirada perdida. Y el miedo te hacía frágil, te hacía niña. Y te creían tan fuerte… “Me hubiera encantado ser periodista”, me decías; y de noche llenabas tu diario de ositos con ternura sencilla. Ingeniera de fantasías, mariposas y caricias. Espíritu decidido. Tan cálida el alma y la expresión tan fría. Tan rápido viajabas que peinabas la vida. Y tanto quisiste hacer… que ahora el vacío es interrogante y la nada el dolor de lo inexplicable.

Alma liberada, sé por fin protagonista.














Suerte y paz amiga. Un beso fuerte

Entrada dedicada a mi dulce Esther, crítica ácida y amarga cual cebolla. Vieja reliquia revisada, escrita para quien no la mereció, por cierto.

Hay libros que enternecen el alma. Otros, cambian la visión del mundo. Hay novelas que pasarán a la historia por amamantar incluso a quienes no beben de la lectura. El dardo en la palabra, sin embargo, no ha conseguido ser recordado por ninguno de estos hitos.

La obra de Lázaro Carreter, rompecabezas incompleto de sus artículos de opinón, se mantiene aún como Biblia de la élite lingüística, de aquellos amantes de la perfección y el puntillismo idiomático. De pluma en boca este tomo de casi ochocientas páginas ha sido recomendado entre los dioses quisquillosos de la corrección. Aquellos que saben hacer buen uso del libro para, como su nombre indica, lanzar dardos que endulzando su paladar y acolchando con su ego al intelecto, amarguen el trago de quienes los reciben.

Se trata de uno de los mayores mandamientos bibliográficos exactamente críticos con el uso incorrecto de ciertos vocablos del español oral y escrito. Una intención tan noble, mancillada, sin embargo, por su vestidura académica - y Académica- y el tono de pedantería omnisciente con el que fueron firmadas cada una de las vísceras de esta obra recriminatoria. No es de extrañar, pues, que se haya acabado convirtiendo en un manual de maestrillo, digerido con gusto por quienes luchan por alcanzar al mentor algún día y con sarna por cuantos son corregidos severamente por él. Son estos últimos a quienes a menudo se les castiga con la lectura del tomo; pues de la ingesta de tinta y papel han de aprender a avergonzarse de sus muchos errores y, si superan la depresión inicial, optar por enmendarlos todos con voluntad y tesón.

La penitencia es compartida. Los arrojados a la lectura de este recopilatorio de Carreter sufren también la mención de otros "grandes referentes" - o cuanto menos referidos en esas soporíferas clases - como Álex Grijelmo o Luis Mª Ansón. Al menos Grijelmo, en La punta de la lengua, comenta con comedida gracia errores más cercanos como los que se detectan en programas de máxima audiencia o en algunas letras del cancionero popular. Lázaro Carreter, en cambio, centra su investigación en términos que resonaban en los despachos afelpados de hace más de dos décadas; palabras que, presentadas aquí como exóticas rarezas, han sido empadronadas ya por los sucesores del biólogo en sus ilustres taburetes de la Real Academia.

El autor descorcha su obra sentenciando: "Yo combato aquí a los necios que hacen uso ignorante del idioma" y unas líneas abajo afirma que su libro es medicina eficaz para quien adolece de cierta incorrección gramatical. Qué optimista fue entonces Lázaro Carreter al omitir que esta nuestra neciedad ¿o era necedad? nunca nos llevará a abrirlo.

¿Para qué entonces este libro si nadie dará cuenta de sus propios errores? No, se me olvidaba, siempre habrá un tercero al acecho, uno de los alumnos aventajados de la maestra aventajada y el colegio aventajado; alguien incapaz, sin embargo, de perpetuar la incalculable ventaja que le proporciona a uno quedarse callado cuando es de menester.

Es cierto que la mayoría de los artículos precisan de una lectura lenta, y son muchas las ocasiones en las que el autor se remonta a tiempos de feudos y vasallos para argumentar estos malos usos del lenguaje, pero la obra cuenta con un útil índice alfabético que permite ubicar ágilmente cada término. Cabe reconocer, por supuesto, la admirable retórica que da sentido a la pieza, escrita, como es lógico, en un máximo grado de corrección estilística y gramatical, obsesivo para algunos e imitable para muchos otros.

Ya saben, El dardo en la palabra es uno de aquellos libros que puede ayudarles a distinguirse del resto de la humanidad mediocre que mira cuando ve y oye cuando escucha, que repite aquello de "chequeos rutinarios" y no duda en decir que algo es "estrictamente personal." Pueden incluso lucirlo en el metro, entre parada y parada, como el mismo autor reitera en el prólogo. No imaginan qué gozo da poder cotillear con sentido crítico cada palabra que resuene en el vagón. Aunque, bien mirado, ¿No se crearon con este fin los diccionarios? Tal vez Carreter quisiera introducir diccionarios con brazos, piernas, gafas de pasta u hombreras, que pilotan en modo automático hasta encontrar la diana en la que clavar dardos drenados con la seguridad que da hablar en boca de quien sabe, del placer que da fingir saber de lo que uno habla.

En la gloria II ¡CORTEN!


¡Corten! Grito con mi mejor voz. Las actrices abandonan el decorado de cartón y esquivando con desdén las aparatosas máquinas de humo llegan a manos de sus (des)maquilladoras. Yo vuelvo a lo acontecido. Repaso en el visor los últimos minutos grabados… Vaya, ¿y esa cara? No era la idea. Pero me gusta. ¡Buena! Les grito de nuevo y todos parecen deshincharse de tensión. Detrás del estudio, me espera una de esas periodistas plomizas, de las de gafitas lindas y sonrisa no apta para diabéticos. Le sonrío yo también. Soy cortés. ¿Dos besos? No. Me extiende la mano. Bueno, supongo que será lo mejor. Allá vamos. A ver si acaba esto rápido. Estoy cansado. Quiero volver a ver esa cara… no, definitivamente no era cómo yo la había imaginado. Mierda, la chica ya está preguntando; y con grabadora.

[…]siendo tan joven afirmaba sentir una gran identificación hacia este personaje. Permítame la osadía señor Díaz pero por qué y en qué se identifica con alguien como Norma Desmond?

Bueno, supongo que por la fuerza que desprende. La capacidad que tenía de disfrazar la realidad al servicio de su imaginación y sus necesidades. Al fin y al cabo, es una mujer que vive del pasado, aunque cree que para el futuro. Además, le encanta el reconocimiento, disfruta siendo el centro de atención. Yo no tanto –le susurro y luego sonrió, emulando espontaneidad. Pero pronto recuerdo que no hay cámaras y ya vuelvo a ser más yo-.

Si le pidiera que me hiciera una lista de virtudes y defectos de la señorita Desmond…

Una mujer como ella está llena de valores positivos: qué me dice de su clase, de ese porte arrogante aún y cuando ya no puede permitírselo? La enorme energía que proyecta para todo aquello referido a su carrera profesional, viviéndolo… sintiéndolo todo con expresividad desmedida. –La miro satisfecho por mi intervención pero no me está escuchando, sólo apunta, relee sus preguntas e imagina las (sus también, a fin al cabo) respuestas.- ¿Defectos? Creo que para norma la mayoría de defectos son sólo debilidades transitorias. En su caso hay algunas a las que nunca acaba de enfrentarse: es incapaz de asumir que el éxito expiró. Las obsesiones la vuelven una fiera ciega y sorda con grandes carencias afectivas y todo ello además, viviendo de unos ingresos que ya no dispone.

¿Cuando trabaja con el personaje, qué punto exacto intenta desvelar más que el resto?

La ambición… y la resistencia. En su caso son términos casi sinónimos. Van más allá de un mecanismo de superación. El sentimiento de fracaso sigue ahí, pero se borra el objeto.

¿Cuál hubiera sido su papel ideal en El crepúsculo de los Dioses, señor Díaz?

¿Mi papel? Disculpe, creo que no la sigo. Como actor, digo, ¿qué personaje hubiera querido representar? –sonríe y sigue apuntando, ausente- Ah, vaya… El de un joven periodista despistado que llega a su casa para entrevistarla. Un reportaje cualquiera, de esos que se van en serie “Glorias pasadas del cine” o “Estrellas del cine mudo”, tal vez. La gracia sería ver cómo encaja que Norma aún no ha asumido el matiz pretérito de su fama.

¿Qué ha aportado Norma Desmond a la humanidad? Pues, no sé… precisamente eso, humanidad, supongo. Es una pregunta un tanto extraña. Sé que Norma representa sin quererlo a toda una generación de actores que perdieron su empleo con el fin del cine mudo. Pero es mucho más actual que todo eso. ¿Cuántos actores… artistas de todo tipo, confunden su profesión con una identidad social? Son pequeñas Normas, sin éxitos ni trabajo hace días, semanas, ¡años! Y en cambio su actitud huele aún a pseudobohemia.


Pincha la imagen y déjate apresar por Norma


En la gloria I ¡ACCIÓN!

Cortando el espesor de las nubes densas, siluetas luminosas, semitransparentes, se balancean juntas en un levitar hipnótico. Las damas cargan sobre sus cuerpos etéreos ropajes delicados en tonos pastel. La mayoría han optado por el lavanda, una elección segura. Sacuden las finas telas con dedos rejuvenecidos que amarran a ratos copas frías de cristal. Ellos arrastran túnicas holgadas, unas marrones, otras verdes y todas cruzadas en el antebrazo izquierdo.

Bailan las almas alrededor de un fuego blanco cuyas brasas transportan una melodía arpeada que se repite en bucle. Las notas y acordes–visibles cortinas humeantes-ahogan a los presentes en una neblina rosada cada vez más densa.

De pronto, una de las nubes muda su textura ahumada por otra mucho más árida. Con la nueva piel, se yergue una roca blanquecina sobre el resto, como un montículo escarpado de piedra en el que esculpir insignia o izar bandera. Nace la atracción. La música arrastra dulcemente a los espíritus hacia el imperfecto monolito del que han empezado a brotar arroyos resplandecientes de diamante líquido. Los cuerpos de aire, antes alfileres en suspensión, se doblegan armoniosos para colmar sus copas.

Segundos más tarde, con los labios aún embriagados de luz, los esclavos de la música regresan junto al fuego. Tan sólo dos almas, dos mujeres, han de permanecer al margen del baile celestial.

La una, sentada sobre el mármol, estrangula en el puño un crucifijo de hielo que derrite entre los dedos. La otra, choca sus uñas perfiladas contra el cristal del vaso en un ritmo frenético, precipitando la melodía que escucha al intentar reproducirla. Son dos espíritus que aguardan, esencias enfrascadas en una lujosa eternidad.

- - Disculpe, ¿podría acercarme una de las copas? – espera unos segundos sin obtener respuesta. ¿Debería insistir? duda otros instantes más hasta que al fin se decide, seguramente no ha podido escucharla, la neblina musical cada vez se arremolina más alto- Perdone, creo que no…

- - Ya la he oído. ¿No hay nadie que se encargue de eso? – tras fingir una panorámica de la sala entre sus pestañas postizas, deposita una de las copas sobre el escalón de mármol, al pie de la fuente, y aprovecha el gesto para llenar la propia-.

- - Gracias –el tono es seco, severo, pero la voz se escurre despacio, apenada por concluir así la conversación-.

- - Cuando llegué aquí las cosas eran distintas. El placer no estaba en lo material –se desprende de la copa aún llena con desdén- se podía respirar esa –inspira hondo- satisfacción. En cada nube, en cada constelación… todo inundado de felicidad, de aplausos. Sí. Eso es. Grandes ovaciones y aplausos para el merecedor.

- - ¿Halagos?

- - No. Nada de halagos. ¡Justicia! –busca con la mano extendida la copa desechada-

- - La justicia deberíamos haberla tomado en vida, me temo.

-- Naderías, no sabe lo que dice. Este es el momento. La hora de lo verdadero, del éxito auténtico -chasquea los dedos-. Allí abajo no hay castigo peor que la existencia -fija sus ojos en la neblina cada vez más espesa que cubre casi por completo el vestido de gasas esmeralda- ¡Oh! ¿Qué digo? ¿Acaso esto es mejor?

- - Para muchos lo es, créame. Este es el reposo prometido, ¿no? La paz eterna. Sólo hay que abrir los ojos para entender que hasta la diversión es apacible aquí –sonríe y señala la figura de un unicornio proyectada sobre el fuego blanco-.

- - No, querida. Esto no es felicidad. –sopla fuerte dispersando la bruma rosada- ¡sólo sopor! Hágame caso, sé cómo funciona, cómo aturden las almas. Llevo muchos años aquí y nada…

- - No más que una servidora. La conozco, señorita Desmond. Cuando usted llegó yo ya había sido invitada a docenas de fiestas como esta, y le aseguro que tal cosa no ocurre con frecuencia – acaba de trocear el rosario helado y lo vuelca en el vaso- al menos ya no.

- - Mejor. No creo que le convenga demasiado juntarse con estos ...personajes. Parece más despierta que todos ellos. Muy despierta, de hecho, o eso afirman algunos. –sonríe en busca de ácida complicidad- . -

- - Mire Norma, si pretende jugar al misterio con chismorreos que haya podido cazar al vuelo, le advierto que me he vuelto inmune a ciertas habladurías. Además, creía que no nos conocíamos.

- - (Murmurando mientras sorbe de la copa) ¿Quién no conoce a la Regenta? –escupe una sonrisa tensa- pero ¿quién la reconoce? Ese andrajo no le hace justicia, señorita Ozores. Este es el cielo real y no el teatrillo de santas y mártires que han creado allí abajo. (la ofendida cubre sus hombros con un manto amarillo y se pone en pie de espaldas a Norma) ¿De quién pretende esconderse la Regenta? ¿De las habladurías a las que es inmune?

- - De gentes irrespetuosas como usted, Norma. –se gira con fuerza- el teatrillo que tanto critica es mejor que cualquier otro de los engaños… ¡de sus engaños! Pero cómo va a verlo, si es la primera que vive una farsa.

- - (ríe nerviosa y socarrona) ¿Dónde está vuestra corona de santa, Regenta? ¿Dónde han quedado esas alas de ángel que tanto le prometieron?

- - Basta. –empieza a doblarse, las manos cubriendo los oídos- No tiene ningún derecho a…

- - ¿Valió la pena toda esa devoción virginal? ¿Qué ha sido de su confesor? -la Regenta cae de rodillas al pie de la fuente, su vestido empapado de luz aturdidora- Si yo he vivido engañada, señorita Ozores, desde luego no he sido la única.

- - No tuvo suficiente con destrozarse a sí misma. ¡Vuelque su ira en quienes la cegaron, los que la hicieron creerse aquello que ya no era!

De los cuatro ojos brotaron lágrimas profundas. La mujer arrodillada, hundida entre la niebla y el brillo celestial, se aferró a las piernas de una esfinge de labio tembloroso y ceño fruncido. Pronto sintió las caricias de una mano tensada bordeando su cuello y resguardando la nuca. Ambas permanecieron así varios minutos. Sin necesidad de hablar, de mirarse siquiera. Habían encontrado la paz prometida.

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